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522 páginas. 

Obra fundamental de Herbert Spencer (1820-1903), la primera de su sistema evolucionista publicada en 1860.

En ella hay que distinguir dos partes, una de carácter negativo y otra positiva: la primera demuestra la limitación del sa­ber humano y la imposibilidad de conocer nada de un modo absoluto. Esto constituye la base de una sincera conciliación de la ciencia con la religión. Poseemos, pues, la conciencia indeterminada de una verdad absoluta, producida por la persistencia en nosotros de algo que sobrevive a los cam­bios de las relaciones, y poseemos la con­ciencia determinada de una realidad rela­tiva que es comprendida como tal, sólo en relación con la realidad absoluta.

Anali­zando las verdades originarias, es decir, los axiomas de la física, y las verdades ge­nerales «a priori», Spencer se pregunta si estas verdades adquiridas constituyen la síntesis universal que la filosofía reclama, y responde negativamente, porque las leyes discutidas tienen valor para los fenómenos concretos y son verdades analíticas, inca­paces de conducir a la síntesis del pensa­miento. Hay que buscar una fórmula que exprese lo que es común a todos los fenó­menos parciales del proceso cósmico y nos dé el elemento común en la historia de todos los fenómenos concretos.

Los elemen­tos fundamentales de todos los fenómenos concretos son la materia y el movimiento; así pues, la ley concreta ha de dar la fór­mula para la redistribución de la materia y del movimiento. En la historia de todo ser, desde el momento de su aparición par­tiendo del mundo de lo imperceptible, hasta el de su vuelta al mismo, se distinguen dos procesos opuestos, es decir: la unión de elementos que estaban en estado difuso en la materia, perdiendo cada parte sus movimientos independientes, y la resolu­ción de los elementos, dispersándose la ma­teria y recuperando cada cual el movimien­to. La ley, pues, se reduce a integración y desintegración, procesos que corren para­lelos. Así se tiene la evolución (pérdida del movimiento e integración de la materia) y la disolución (absorción . de movimiento y desintegración de la materia).

Con estos principios Spencer establece las bases po­sitivas de su sistema, alcanzando la defini­ción de la evolución: la evolución es una integración de materia, acompañada de una dispersión de movimiento, durante la cual la materia pasa de una homogeneidad inde­terminada e incoherente a una heteroge­neidad determinada y coherente, y durante la cual el movimiento retenido sufre una transformación paralela. Estos son los pri­meros principios del sistema evolucionista spenceriano, sobre los cuales se basarán todas las demás obras.

Primeros Principios. Herbert Spencer.

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Obra fundamental de Herbert Spencer (1820-1903), la primera de su sistema evolucionista publicada en 1860.

En ella hay que distinguir dos partes, una de carácter negativo y otra positiva: la primera demuestra la limitación del sa­ber humano y la imposibilidad de conocer nada de un modo absoluto. Esto constituye la base de una sincera conciliación de la ciencia con la religión. Poseemos, pues, la conciencia indeterminada de una verdad absoluta, producida por la persistencia en nosotros de algo que sobrevive a los cam­bios de las relaciones, y poseemos la con­ciencia determinada de una realidad rela­tiva que es comprendida como tal, sólo en relación con la realidad absoluta.

Anali­zando las verdades originarias, es decir, los axiomas de la física, y las verdades ge­nerales «a priori», Spencer se pregunta si estas verdades adquiridas constituyen la síntesis universal que la filosofía reclama, y responde negativamente, porque las leyes discutidas tienen valor para los fenómenos concretos y son verdades analíticas, inca­paces de conducir a la síntesis del pensa­miento. Hay que buscar una fórmula que exprese lo que es común a todos los fenó­menos parciales del proceso cósmico y nos dé el elemento común en la historia de todos los fenómenos concretos.

Los elemen­tos fundamentales de todos los fenómenos concretos son la materia y el movimiento; así pues, la ley concreta ha de dar la fór­mula para la redistribución de la materia y del movimiento. En la historia de todo ser, desde el momento de su aparición par­tiendo del mundo de lo imperceptible, hasta el de su vuelta al mismo, se distinguen dos procesos opuestos, es decir: la unión de elementos que estaban en estado difuso en la materia, perdiendo cada parte sus movimientos independientes, y la resolu­ción de los elementos, dispersándose la ma­teria y recuperando cada cual el movimien­to. La ley, pues, se reduce a integración y desintegración, procesos que corren para­lelos. Así se tiene la evolución (pérdida del movimiento e integración de la materia) y la disolución (absorción . de movimiento y desintegración de la materia).

Con estos principios Spencer establece las bases po­sitivas de su sistema, alcanzando la defini­ción de la evolución: la evolución es una integración de materia, acompañada de una dispersión de movimiento, durante la cual la materia pasa de una homogeneidad inde­terminada e incoherente a una heteroge­neidad determinada y coherente, y durante la cual el movimiento retenido sufre una transformación paralela. Estos son los pri­meros principios del sistema evolucionista spenceriano, sobre los cuales se basarán todas las demás obras.