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El capitalismo, al que se trata de confrontar en estas páginas con la moral, es complejo, huidizo y difamado.
Difamado. Muchos creen aún conocerlo con suficiencia porque lo han insultado copiosamente. Después de haberle cargado una vez por todas el papel de ladrón y traidor, lo silban desde su entrada en escena, como hacen los espectadores emotivos de los dramas populares. Y por cierto que esos tumultos o querellas no son ambiente propicio para apreciaciones justas.
El capitalismo, pues, es complejo y huidizo. Hasta tal punto, que observadores que lo consideran en una atmósfera más serena, no llegan a conocerlo bien. "Parece más fácil describirlo que definirlo. Es que su amplitud se deja encerrar con mucha dificultad en una fórmula y su fisonomía cambia con las épocas",
Es evidente, que tras la ciencia económica teórica y como prolongación necesaria, se pone en acción un arte de vivir. Utiliza este los datos anteriores y traza un esbozo que podría ser ya ejemplar, pero que en más de un punto queda de ordinario deficiente.
Entonces es cuando la moral interviene. Ella afirma las líneas vacilantes, endereza los rasgos contoneados, prolonga los inacabados. Y la imagen se va precisando según un ideal superior al cual la vida individual o social debe tender a conformarse.