256 páginas.
Durante la ocupación alemana de París, hubo gente que vivió como si la ciudad fuera una fiesta. Y mujeres venales y exóticas que, sin escrúpulos, disfrutaron de una vida "glamorosa". En realidad, participaron de un mundo de tráficos y complicidades sustentado en la cobardía de los hombres del lugar y los favores del ocupante. La mayoría de esas historias terminó en pesadilla.
Algunas eran rusas, como la condesa Tchernycheff, mannequin y actriz de cine, protegida del siniestro Lafont, el jefe de la Gestapo francesa, y amante de oficiales alemanes influyentes. Otras eran griegas, como la princesa Mourousi, lesbiana y morfinómana, que robaba el mobiliario de los judíos perseguidos. La marquesa de San Carlos, por su parte, franquista de la primera hora, delataba a los refugiados republicanos a su amiga íntima, la condesa Seckendorff. Ésta era, a su vez, una doble agente de nacionalidad austríaca, conocida con el nombre de Mercedes, que consiguió eludir milagrosamente a la justicia francesa, y se reacomodó casándose con un par de Escocia.
La reciente apertura de los archivos judiciales en Francia permitió al autor acceder a información inédita y completar un relato escalofriante acerca de las vidas extravagantes de esas mujeres apodadas, en la posguerra, "condesas de la Gestapo". Fueron flores venenosas que brillaron fugazmente, pero cuyo embriagador perfume todavía hoy nos perturba, conmociona e incomoda.
LAS CONDESAS DE LA GESTAPO. Cyril Eder.
256 páginas.
Durante la ocupación alemana de París, hubo gente que vivió como si la ciudad fuera una fiesta. Y mujeres venales y exóticas que, sin escrúpulos, disfrutaron de una vida "glamorosa". En realidad, participaron de un mundo de tráficos y complicidades sustentado en la cobardía de los hombres del lugar y los favores del ocupante. La mayoría de esas historias terminó en pesadilla.
Algunas eran rusas, como la condesa Tchernycheff, mannequin y actriz de cine, protegida del siniestro Lafont, el jefe de la Gestapo francesa, y amante de oficiales alemanes influyentes. Otras eran griegas, como la princesa Mourousi, lesbiana y morfinómana, que robaba el mobiliario de los judíos perseguidos. La marquesa de San Carlos, por su parte, franquista de la primera hora, delataba a los refugiados republicanos a su amiga íntima, la condesa Seckendorff. Ésta era, a su vez, una doble agente de nacionalidad austríaca, conocida con el nombre de Mercedes, que consiguió eludir milagrosamente a la justicia francesa, y se reacomodó casándose con un par de Escocia.
La reciente apertura de los archivos judiciales en Francia permitió al autor acceder a información inédita y completar un relato escalofriante acerca de las vidas extravagantes de esas mujeres apodadas, en la posguerra, "condesas de la Gestapo". Fueron flores venenosas que brillaron fugazmente, pero cuyo embriagador perfume todavía hoy nos perturba, conmociona e incomoda.
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