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283 páginas. 

La cultura actual en Occidente –ese Occidente cuyo sentido trataremos de desentrañar– se encuentra casi a la deriva. Las diversas posiciones post-modernas, como a su vez la Escuela de Frankfurt (que no es lo mismo) acusan a la “modernidad” de todos los males del mundo, confundiéndola con el Iluminismo, esto es, el proyecto de un Occidente secularizado en tanto separado de sus raíces religiosas. Las reacciones anti-modernas oscilan así entre un escepticismo post-moderno junto con nostalgias pre-modernas. Pero lo más terrible es que los cristianos, enfrentados también con ese mundo en verdad iluminista, oscilan entre versiones hoy moderadas de las teologías de la liberación, y nostalgias de antiguos regímenes cristianos que estarían eximidos de los supuestos males del capitalismo y las democracias actuales. Ambos grupos siguen siendo incapaces de ver una modernidad católica, que aunque no se haya dado históricamente, fue el ideal regulativo de los liberales católicos del s. XIX –Acton, Rosmini, Montalembert, Ozanam, Lacordaire, Dupanloup– donde la libertad de la persona frente a las monarquías ilimitadas, absolutas, siguió siendo el ideal que impulsa a diversos católicos actuales a luchar contra las democracias absolutas, el fascismo, el comunismo y todo tipo de sistemas totalitarios y autoritarios que hoy siguen cruelmente azotando y pisoteando a los seres humanos y a su consiguiente dignidad. Es la lucha intelectual permanente por un Occidente cristiano, un ideal tan radicalmente olvidado por católicos autoritarios como por fanáticos anticristianos secularistas.
Por más lejano que esto suene, en las actuales circunstancias históricas, este ideal, que presupone la armonía entre la razón y la fe, es la única salida que Occidente tiene para re-encontrar su camino y evitar su destrucción. La Iglesia como tal –a pesar de fuertes apariencias en contra, en la actualidad– no puede desaparecer porque las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Pero las civilizaciones sí pueden hacerlo. Si en la eterna providencia de Dios está dispuesto un período de re-construcción, sólo en estas ideas podremos tener nuevamente una Civilización Occidental y por ende… Cristiana.

Judeocristianismo, civilización occidental y libertad. Gabriel Zanotti.

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La cultura actual en Occidente –ese Occidente cuyo sentido trataremos de desentrañar– se encuentra casi a la deriva. Las diversas posiciones post-modernas, como a su vez la Escuela de Frankfurt (que no es lo mismo) acusan a la “modernidad” de todos los males del mundo, confundiéndola con el Iluminismo, esto es, el proyecto de un Occidente secularizado en tanto separado de sus raíces religiosas. Las reacciones anti-modernas oscilan así entre un escepticismo post-moderno junto con nostalgias pre-modernas. Pero lo más terrible es que los cristianos, enfrentados también con ese mundo en verdad iluminista, oscilan entre versiones hoy moderadas de las teologías de la liberación, y nostalgias de antiguos regímenes cristianos que estarían eximidos de los supuestos males del capitalismo y las democracias actuales. Ambos grupos siguen siendo incapaces de ver una modernidad católica, que aunque no se haya dado históricamente, fue el ideal regulativo de los liberales católicos del s. XIX –Acton, Rosmini, Montalembert, Ozanam, Lacordaire, Dupanloup– donde la libertad de la persona frente a las monarquías ilimitadas, absolutas, siguió siendo el ideal que impulsa a diversos católicos actuales a luchar contra las democracias absolutas, el fascismo, el comunismo y todo tipo de sistemas totalitarios y autoritarios que hoy siguen cruelmente azotando y pisoteando a los seres humanos y a su consiguiente dignidad. Es la lucha intelectual permanente por un Occidente cristiano, un ideal tan radicalmente olvidado por católicos autoritarios como por fanáticos anticristianos secularistas.
Por más lejano que esto suene, en las actuales circunstancias históricas, este ideal, que presupone la armonía entre la razón y la fe, es la única salida que Occidente tiene para re-encontrar su camino y evitar su destrucción. La Iglesia como tal –a pesar de fuertes apariencias en contra, en la actualidad– no puede desaparecer porque las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Pero las civilizaciones sí pueden hacerlo. Si en la eterna providencia de Dios está dispuesto un período de re-construcción, sólo en estas ideas podremos tener nuevamente una Civilización Occidental y por ende… Cristiana.